Perdiendo cachitos

En Portugal se queda un trocito de mi bicicleta. Menos mal que iba despacio, si no habría sido una hostia hermosa.

Si no quieres llevarte la alboka de viaje, que sepas que con la bici se puede tocar el acordeón.
No es la foto típica de un blog, pero es lo que hay. Y tampoco sé cómo se recicla un guardabarros.

Por lo demás, en Ourense se quedaron las últimas iglesias habitables. En Pontevedra son bunkers y en Portugal sólo las hacen para rezar -¡será posible!-. Además la costa es más turística y poco más adentro abundan las grandes casas privadas, por lo que el anochecer es un poco más estresante.

Hay muy pocas fuentes, y me he dado cuenta que las gentes de por aquí no beben agua. En una playa inmensa, estuve diez minutos aprovisionándome en la única minúscula fuente que había, y no se acercó nadie más. Bueno, sí, un chico a mojar la espalda al perro, ¡y ni este bebió!