Mauritania

Una vez en Nouakchott, Pedro siguió adelante y yo me he quedado a descansar unos días más. Acumulamos muchos kilómetros en pocos días y quería vivir algo más de Mauritania antes de llegar a Senegal.

La última etapa del Sahara Occidental.

Cuando se prepara este recorrido, un lugar llama especialmente la atención: la frontera entre el Sahara Occidental y Mauritania. Aquí también el nivel de aventura ha decaído bastante en los últimos años. Los robos y la corrupción no son tan frecuentes y el tramo sin asfaltar no es muy largo.

Kandahar. Creíamos que los coches abandonados en la arena eran el resultado de cientos de historias negras. Pues no. Es mucho más barato introducir en Mauritania piezas de coche sueltas que coches enteros, por eso los conducen hasta aquí y luego meten las tripas en camión y abandonan la carrocería.

En cualquier caso, sigue siendo tan incómodo como emocionante. Aunque no lo veamos, sabemos que el Polisario nos ve. Este territorio que oficialmente no es de nadie tiene habitantes muy tenaces.

Sí esperábamos ver aquí los coches de las Naciones Unidas que habíamos visto más atrás, pero al parecer pasan el rato en lugares más cómodos.

Para entrar en Mauritania, paciencia. La prisa es mala compañera para hacer y cambiar papeles. El anciano que nos ofrecia demasiados ouguiyas a cambio de nuestros dirhams no estaba para hacernos un favor. Hace dos años que cambiaron la moneda mauritana, dividiendo los nominales entre 10. Menos mal que lo habíamos mirado.

15 kilómetros al sur de la frontera, el “ferrocarril del hierro” Zouerate-Nouadhibou. Le conté casi doscientos vagones al tren.

Es divertido el tema de las ouguiyas. Casi todo el mundo habla en dinero viejo -cuando te piden 500 hay que dar 50, al cambio 1,25 euros-, pero de cuando en cuando algún precio es el actual. ¡Al loro!

Uno de los cruces más importantes de todo el país: al norte el Sahara Occidental, al oeste Nuadhibou y al este (luego al sur) Nouakchott. Un policía, una tiendecita y una gasolinera cerrada que parece del lejano oeste. El paso del tren deja esa nube de arena durante un buen rato.
La primera cena mauritana. Qué rico está todo después de un día emocionante.
Este italiano iba solo porque a su amigo se la había fastidiado la moto. En África los problemas occidentales tienen otra dimensión técnica y psicológica.
Aquí las jaimas son el lugar típico para alojarse. Algunas previo pago, otras públicas. Es una carretera larga y quizás una cuadrilla de jóvenes necesite una jaima a las tres de la madrugada para descansar, no sin antes prepararse unos tes y conversar animadamente durante hora y media, sin preocuparse por los dos guiris que intentan dormir en un rincón.

Durante unos días rodamos por una carretera solitaria. Algunas casas desperdigadas en la arena, poca gente y algunas cabras. El viento, más cruzado de lo deseable. Y llegamos a Chami, “El Dorado” de África occidenta y donde se ha levantado una ciudad muy recientemente.

El mismo movimiento de algunos zocos marroquíes pero adornado con arena. Quizá eso da la sensación de mayor pobreza, pero se encuentran productos y precios similares. También fruta, que no habíamos visto en días.

Tras comer, Pedro sigue adelante y yo me quedo en el restaurante de Fadil. Hago una pequeña demostración de la alboka y converso durante horas con Ahmed, Mohammed y otros. Casi al mismo tiempo en inglés, en francés, en castellano y en portugués, me explican muchas cosas sobre el país.
Encontré este dibujo en una pared del restaurante. Bonito, ¿verdad?

Tenía que decidir si haría en dos días los 260 kilómetros desde Chami hasta Nouakchott, porque estábamos invitados a una pequeña fiesta privada el sábado. Otra vez soñando, qué se le va a hacer. Fue largo pero mereció la pena.

El mar no está lejos, pero no sé por qué dejarían este bote al lado de la carretera.
Y aquí no se si hay que circular más despacio o boja abajo.
Por fin, Nouakchott, otro hito del viaje. En el mapa parecía más lejano.
En la capital tenemos un alojamiento de lujo gracias a David, galés. La red ciclófila está repleta de grandes corazones.
Estas costas están a rebosar de vida y el Mauritania está renovando su sector pesquero. Sin embargo, el puerto de la capital es pequeño y abunda la pesca tradicional frente a la playa.
Los resultados escolares de primaria, en paneles de dos metros y medio de altura a ambos lados de la puerta de la escuela. Será porque el servicio postal es muy malo, pero me da repelús el parecido con algunas prácticas empresariales.

También estoy pasando buenos ratos con un español que lleva muchos años en Nouakchott. Antonio ha hecho el París-Dakar en camión seis veces, vivió en un velero por el Caribe durante cuatro años y aquí lleva a cabo muchas actividades. Me ha llevado a conocer de cerca una de sus aficiones.

Yo no soy aficionado al motor, pero tengo que admitir que es muy atractiva la mezcla entre la adrenalina y la naturaleza salvaje. ¡Gracias por la experiencia, Antonio!

Una manifestación que he visto hace un rato me da pie a terminar con unas inquietudes que tenía guardadas.

Cuando salí de casa intenté dejar allí mi colección de “-ismos”. No me gusta pontificar en casa de las/os demás y tratar temas demasiado profundos en un blog como este me parece frívolo.

Pero están ahí y son, además, una parte muy importante del viaje. Por eso quiero hacerles un poco de justicia, pero muy brevemente para meter menos la pata.

Feminismo: Lo que más me ha dolido hasta ahora ha sido la situación de las mujeres. En la vida diaria -alimentación, comercio, celebraciones, ocio…- desde el papel que me “ha correspondido” como hombre, las mujeres han estado casi invisibles, sobre todo en Marruecos. Una diferenciación social total. En Mauritania he empezado a ver actitudes más abiertas, quizá a consecuencia de la inmigración subsahariana.

En el día internacional de las violencias contra las mujeres, también aquí se han movilizado.

Ecologismo: Salvo en algunas zonas (algunos territorios bereber), en general toda la basura va a la calle (se dice que el desierto se traga todo). En Mauritania la situación me parece más evidente porque no se percibe ningún control -no sé ni si hay normas-. La bolsa de gas encontrada recientemente frente a la costa está acelerando la economía y no creo que el vacío administrativo ayude.

En la ciudad abundan los centros de reciclaje. En la foto, la seccioń de tratamiento de resíduos orgánicos.

Racismo: Durante todo el viaje he escuchado “consejos”, epítetos desafortunados o silencios incómodos sobre habitantes cercanos o lejanos. Españoles, marroquíes, bereberes, saharauis, mauritanos “blancos”, negras/os de distintos orígenes…

Hasta ahora había cierta distancia geográfica entre ellas/os. En Nouakchott, sin embargo, viven casi puerta con puerta y hay contrastes dolorosos en el mundo laboral y el comercio. Por ejemplo, cuestan lo mismo una comida senegalesa y un café con leche. En esa situación, puede ser económicamente comprensible que todas las personas senegalesas que verás en una cafetería -y las burkinesas, y las ghanesas, y las camerunesas…- estén sirviendo el café y no bebiéndolo.

Pero en el restaurante senegalés no verás arabes ni sirviendo ni comiendo. ¿Por qué sera?

Mañana sigo el viaje, con renovada idea de reducir kilometraje. A ver si consigo tardar cuatro días en llegar a Senegal, en lugar de tres ;-p

Adiós, Sahara Occidental

Acantilados como para no olvidar.

Al desierto no, pero pronto diremos adiós a este territorio Pedro, mi nuevo compañero de pedaladas, y yo. Ha sido un paisaje similar durante muchos kilómetros, pero con momentos mágicos en los que sólo se oía el rodar de la bici.

Camino a Dakhla, tanto marroquíes como saharauis han sido generosos conmigo. Frutas, panes o aceite, a veces he tenido dificultades para almacenar todo lo que me regalaban.

Incluso donde no ves nada que proteger, siempre hay alguien vigilando toda la noche. Hmaiddouch me regaló aceite de argán de su pueblo.
Trabajando con pico y pala bajo el sol del mediodía y, sin embargo, dando ánimos al “gueuri” con turbante.

Antes de llegar a Dakhla, en un pueblecito del que no diré el nombre, como siempre, la gendarmerie. Al principio preferían que siguiera adelante, pero como aquí estaria más controlado, al final llaman al “ayudante” y al pueblo, al cuartelillo que comparten militares, gendarmes y policía. Allí tienen un patio trasero para que acampen los hippies extranjeros entre coches achatarrados.

En uno de los lugares más hermosos de toda la costa, los guardianes de la ley tienen unas vistas mejores que la torre de Sauron para controlar todo el pueblo.

Allí tuve otra experiencia incómoda. Tras lavarme y acampar, salía a investigar las dos tiendecitas del pueblo cuando entraba en coche el jefe de policia. Con la excusa de mi seguridad se quiere echar el moco y saca al guiri a pasear entre las chabolas. Se para delante de la primera tienda, “¿Qué necesitas?”, “Hombre, necesitar no necesito nada”. Viendo el apuro de los chavales de la tienda, quiero irme cuanto antes y pido dos yogures. “Shush?”, “Waha, shush”. Les extiendo una moneda de cinco dirhams y, en sus caras, el miedo. “La, la!”. ¿¿¿Que no al dinero??? Por detrás, el comisario, “No, no pagues, este es mi pueblo y tú estás invitado”. Dejé la moneda con disimulo y terminé la visita guiada con una vergüenza morrocotuda.

Otros fueron muy simpáticos. Un gendarme, por ejemplo, me regaló unas mandarinas riquísimas.

Como toca descanso biológico, casi todos los botes de la costa están en tierra. Cuando acabe, vendrán pescadores temporeros de todo Marruecos.

Como Pedro venía un par de días por detrás, paré un día en la ciudad de Dakhla, aun ganándome una etapa de vuelta contra el viento. Además tenía pendiente allí una visita a Mohammed, un amigo marroquí.

Dicen que la bahía del norte de la península de Dakhla es un paraíso para las langostas. En esta época de aviones, también para los kitesurferos.

Pensaba que podría bañarme cómodamente en el mismo pueblo, pero las playitas cercanas estan en manos de la hostelería y las otras a algunos kilómetros de distancia. Hay mucha construcción turistica en marcha en la costa interior de la península.

Un bonito centro de artesanía dedicado a la joyería.
Pesqueros de la bahía, todos parados por la fiesta de Al Mawlid, en conmemoración del nacimiento de Mahoma.
El puerto está a kilómetro y medio de la costa, unido por un puente, pero es más bonita la foto de los barcos.

Mohammed, además de enseñarme el pueblo, me dio una gran sorpresa. Me invitó a la celebración del nacimiento de su hija. La madre, saharaui, es de aquí. Se juntaron un montón de familiares y amigas/os. Me pidieron llevar la alboka, pero al final no toqué, nunca sabré si porque el padre tenía que salir en un largo viaje y se alargó la ceremonia o porque escucharon mi ensayo y cambiaron de idea ;-p

Mohammed, un tío estupendo. En un día tan importante para él me dedicó muchísima atención.

Y al fin nos juntamos Pedro y yo. Despues de viajar solo durante cuatro meses, el cambio me ha sentado muy bien.

El pedalbokari con Pedro y Mustafa, el amable responsable de la cafetería de El Argoub. Allí pasamos una de las noches más tranquilas de nuestros respectivos viajes.

Pedaleando, planeando o pasando el rato, es muy agradable tener una comunicación fluida con alguien.

Y también tiene otra ventaja. A partir de ahora nos veréis más las caras. Vale, para algunas/os no es ninguna ventaja, pero en esto manda ama.

Estamos descansando por un día en el último hotel del Sahara Occidental y mañana saldremos hacia la frontera para entrar en la República Islámica de Mauritania. Seguramente nuestras próximas noticias serán desde Nouakchott. Cuándo, lo decidirá el viento.

Al desierto le dan igual las fronteras humanas.

¡Muchos besos de parte de los dos y animo con el tiempo que tenéis por ahí!