¡Marruecos!

Disculpas a las/os castellanoleyentes por el retraso en las traducciones, hago lo que puedo.

El descanso sevillano fue fantástico, bendita gastroenteritis. Es una ciudad maravillosa para una época más templada.

Sin fotos típicas igual alguien piensa que no viajo. Plazaspaña, Sevilla.

El albergue, una gozada. Un patio andaluz trabajado con humor por jóvenes voluntarias/os. Hice buenas amistades y no faltaron personajes curiosos como un viajero a pie alemán que, después de liarse a hablar con todas/os, se largó una tarde con el dinero que algunos le habían dado para comprarles hachís. La mañana siguiente supimos que también se había llevado el enorme bote de las propinas lleno de monedas. Interesante nuestro Michael. A mí no me faltó nada, aunque eramos vecinos de cama.

Los simpáticos hermanos Mehdi e Imad. Me aclararon muchas dudas sobre las carreteras de Marruecos.
Ahmet Nejat, persona interesantísima y otra buena razón para pasar por Estambul.

Sin prisa para llegar a Algeciras, planifique tres etapas tranquilas de embalse en embalse, pero el fuerte viento en contra y la escasez de lugares para acampar me gastaron mucho las fuerzas. Así y todo encontré lugares bonitos.

Arroyo de Valdeinferno, lugar apropiado para llamar a las brujas con la alboka. Sin embargo preferí no tentar a las/os guardabosques en un entorno protegido.

En Algeciras aproveché la excusa de dejar la península para darme un homenaje con atún rojo de Barbate. Me quedé sorprendido del hambre que traía.

Mientras un pescador me sacaba esta foto, le picó una dorada de cuatro kilos, ¡menuda captura! Hasta llegar yo no se habían comido nada.

Ayer muy por la mañana, casi sin dormir por la emoción, embarqué en el ferry. Parece que no pasan muchas cicloviajeras/os de Algeciras a Tanger-Med y el personal del puerto y la tripulación me hicieron una calurosa despedida.

La puerta a Marruecos abriéndose despacio.

En la ruta que había preparado por Marruecos, pocos coches y gente majísima. No son lugares turísticos y apenas hay alojamientos comerciales, pero acampar en Marruecos en general está permitido y es suficiente con hacerlo con discreción. En este bosquecito en el que me he alojado escribo a gusto, sin ganas de guardar el saco.

-¿Vas a dormir en el bosque? ¿Tú solo?
-Sí, ¿por qué?
-No sé… ¿y si aparece alguien raro?
-Tranquila, señora, el único raro que se va al bosque a dormir soy yo.

Pero seguiré el camino. A unos 50 kilómetros hay un pueblecito y acaso allí puedo comer y dormir a placer. Las tardes tranquilas son el mayor lujo que puedo tener. Aunque a veces no se cumplen, estas pequeñas ensoñaciones son las que mantienen vivo el viaje.