Al desierto no, pero pronto diremos adiós a este territorio Pedro, mi nuevo compañero de pedaladas, y yo. Ha sido un paisaje similar durante muchos kilómetros, pero con momentos mágicos en los que sólo se oía el rodar de la bici.
Camino a Dakhla, tanto marroquíes como saharauis han sido generosos conmigo. Frutas, panes o aceite, a veces he tenido dificultades para almacenar todo lo que me regalaban.
Antes de llegar a Dakhla, en un pueblecito del que no diré el nombre, como siempre, la gendarmerie. Al principio preferían que siguiera adelante, pero como aquí estaria más controlado, al final llaman al “ayudante” y al pueblo, al cuartelillo que comparten militares, gendarmes y policía. Allí tienen un patio trasero para que acampen los hippies extranjeros entre coches achatarrados.
Allí tuve otra experiencia incómoda. Tras lavarme y acampar, salía a investigar las dos tiendecitas del pueblo cuando entraba en coche el jefe de policia. Con la excusa de mi seguridad se quiere echar el moco y saca al guiri a pasear entre las chabolas. Se para delante de la primera tienda, “¿Qué necesitas?”, “Hombre, necesitar no necesito nada”. Viendo el apuro de los chavales de la tienda, quiero irme cuanto antes y pido dos yogures. “Shush?”, “Waha, shush”. Les extiendo una moneda de cinco dirhams y, en sus caras, el miedo. “La, la!”. ¿¿¿Que no al dinero??? Por detrás, el comisario, “No, no pagues, este es mi pueblo y tú estás invitado”. Dejé la moneda con disimulo y terminé la visita guiada con una vergüenza morrocotuda.
Otros fueron muy simpáticos. Un gendarme, por ejemplo, me regaló unas mandarinas riquísimas.
Como Pedro venía un par de días por detrás, paré un día en la ciudad de Dakhla, aun ganándome una etapa de vuelta contra el viento. Además tenía pendiente allí una visita a Mohammed, un amigo marroquí.
Pensaba que podría bañarme cómodamente en el mismo pueblo, pero las playitas cercanas estan en manos de la hostelería y las otras a algunos kilómetros de distancia. Hay mucha construcción turistica en marcha en la costa interior de la península.
Mohammed, además de enseñarme el pueblo, me dio una gran sorpresa. Me invitó a la celebración del nacimiento de su hija. La madre, saharaui, es de aquí. Se juntaron un montón de familiares y amigas/os. Me pidieron llevar la alboka, pero al final no toqué, nunca sabré si porque el padre tenía que salir en un largo viaje y se alargó la ceremonia o porque escucharon mi ensayo y cambiaron de idea ;-p
Y al fin nos juntamos Pedro y yo. Despues de viajar solo durante cuatro meses, el cambio me ha sentado muy bien.
Pedaleando, planeando o pasando el rato, es muy agradable tener una comunicación fluida con alguien.
Estamos descansando por un día en el último hotel del Sahara Occidental y mañana saldremos hacia la frontera para entrar en la República Islámica de Mauritania. Seguramente nuestras próximas noticias serán desde Nouakchott. Cuándo, lo decidirá el viento.
¡Muchos besos de parte de los dos y animo con el tiempo que tenéis por ahí!