Se me han contrapuesto dos experiencias muy intensas desde que entré en Marruecos. Para que lo negativo no eclipse a lo positivo, las explico en entradas distintas.
La primera, Darkarmuz. Me paré a preparar la comida en el refugio junto a la carretera y he pasado cinco días invitado en este pueblo de la montaña. Casas de adobe desperdigadas por la ladera, caminos empedrados, patios interiores, gallinas paseando, una sala-dormitorio-comedor, casi sin muebles, alfombra inmensa y banco corrido a lo largo de tres paredes. El agua, de la fuente, en garrafas o en burro. El váter, suelo de hormigón y un agujero. Todos comiendo del mismo plato, con el pan por cuchara.
Todo el mundo se conoce, y cada cual es un personaje total: el imán que me quiere convertir al islam por repetir unas palabras -una mezcla increíble de Dustin Hoffman y Richard Gere-, los jóvenes gladiadores del parchís -Khalid, Abdulah…- o Ahmed, el tranquilo hijo de la casa que he tenido de guardián y compañero de habitación. Las hijas cuyo francés es más justo que el mío -Faouzia, Wafa- y Moad, nuevo gran amigo, ya madrileño niño madurísimo que me ha facilitado la existencia con sus dotes de traducción.
Yo, Andoni o Dani, soy geuri (guiri) y haiku (especie de gitano músico). Todo el mundo me ha cogido cariño y aunque se han reído mucho a mi costa me han abierto sus corazones. Hasta me regalan una casa si me quedo a vivir.
He necesitado dos bodas para comprender algunas costumbres. Las bodas son como romerías. Los músicos al frente y la gente alrededor, en sillas o en el suelo. Dos mesas donde comprar golosinas y bebidas (sin alcohol). En una carpa aparte, las mesas donde come, quien se acerque durante un tiempo determinado, lo que se saca en dos o tres bandejas. Rituales en un orden predeterminado, incluyendo un manteo al novio y un baile multitudinario con él.
Al parecer les ha gustado mi forma de bailar, todos querían bailar conmigo y me tuvieron un buen rato en el corrillo con el novio.
Lo más curioso, el momento del dinero (flus). Antes de la última verbena hay una ceremonia en la que el novio y familiares se sientan alrededor de una mesa con una bandeja enorme. Un presentador con micrófono agradece a todo volumen la aportación de cada asistente, con nombre, apellidos y cantidad, mediante una fórmula estándar que admite improvisaciones humorísticas. Con cada agradecimiento lanza el billete a la bandeja.
En la primera boda no entendí la situación, y como no puse dinero -me insistían en que era un invitado especial- se me llevaron a casa antes del último baile en un ambiente incómodo. Para la segunda estaba atento y, ante la misma tesitura, insistí en poner dinero -y no fue fácil-. Cien dirham o diez euros. Consecuencia, mención especial del presentador, risas de todo el pueblo y sesioń completa de baile. Si alguna vez os invitan a una boda marroquí, poned el dinero sin dudar, digan lo que os digan.
Quienes lo hacen y quienes no, dicen que para vivir bien aquí es necesario cultivar la planta milagrosa. Por discreción no digo más, pero incluso para un inocentón como yo la presencia de la actividad es evidente.
En estos casi dos meses han sido tres las veces en que he sentido que me alejaba de algún lugar. La primera, al partir desde casa de mi madre; la segunda, cuando dejé la península; la tercera, los kilómetros siguientes tras salir de Darkarmuz. La ilusion de ser uno de ellos ha sido muy enriquecedora
Pero no voy a vestir con un traje idílico la difícil situación de la juventud local. El paro generalizado y la situación económica son terribles para quien no quiere actividades ilegales y muchos arriesgan sus vidas sin poder recaudar lo suficiente para un pasaje seguro. También es costumbre preguntar constantemente por lo que has pagado por esto o por aquello, pero todo eso no hace sombra a su gran corazón.